13 agosto, 2008

Recorte de prensa...

La saga de la casa de Lordelo

Reportaje | La historia de los Otero Goday

Eran tío y sobrino. Uno médico, otro maestro. Compartían nombre: Jacobo. Y, como hombres de la República, compartieron también desde 1936 un destino feroz

  • Autor del comentario: Rosa Estévez
    Localidad:vilagarcía

EL MAESTRO.

Jacobo Barral era maestro en la República. Cuando estalló la guerra tenía 30 años, y llevaba apenas unos días en la alcaldía de O Grove. Tras la contienda, su amistad con algunas familias de la burguesía de Vigo le permitió salir adelante. Murió hace unos diez años en la ciudad olívica.

EL MÉDICO.

«O médico dos pobres», le llamaban. Don Jacobo ha pasado a la historia de O Grove como el paradigma del hombre bueno. Cuando lo llamaban por una urgencia, salía raudo en su caballo. Y a veces, sabedor de que iba a casas pobres, llevaba consigo dinero para dejar bajo la almohada de los enfermos. Durante su reclusión, coincidió en Pamplona con Juan Allo, un joven grovense que falleció en un intento de fuga. Don Jacobo le trajo a la desconsolada madre la manta con la que

noche tras noche se había cubierto su hijo. Dicen que durante los primeros días de la guerra, Don Jacobo ayudó a todo el que pudo. Por todo ello, O Grove le levantó un monumento en 1963.

En Lordelo sigue en pie, aunque dubitativa, la vieja casa de los Otero Goday. El edificio, hoy arruinado, era allá por los años treinta una casa rica, en cuyo cómodo interior residía Jacobo Otero, un médico que había sido alcalde entre 1913 y 1921. No era el único ex alcalde que vivía entre aquellas paredes. Su hermano Francisco, abogado, también había llevado el timón del ayuntamiento entre 1930 y 1931. Cuando estalló la guerra civil, en julio de 1936, al frente de O Grove volvía a estar un miembro de la familia. Se llamaba Jacobo, se apellidaba Barral, pero en el pueblo todo el mundo lo identificaba como Jacobito, el maestro, el sobrino de Don Jacobo.

«A mi tío lo pillaron estrenándose», cuenta ahora uno de sus sobrinos, Cándido Barral. El último alcalde republicano de O Grove llevaba 18 días en su puesto cuando el mundo se puso patas arriba. Dos días después del alzamiento, acompañado por otros hombres, se presentó en el cuartel de la Guardia Civil para poner a buen recaudo las armas que allí hubiese. Dijeron que se habían ido con ocho pistolas. «Mi tío me contó que lo único que había allí era una revólver sin percutor y una pistola que no funcionaba», recuerda ahora Cándido.

Daba igual cuántas armas se hubiera llevado del cuartel. El perfil de Jacobo Barral se ajustaba demasiado al del hombre republicano. Era culto y político, vinculado al Partido Galeguista. Tenía fe en la justicia social y además formaba parte de un gremio maldito: el de los maestros. Pronto fue detenido. Y con él Don Jacobo Otero, el médico, en cuya casa los falangistas habían requisado un arsenal de escopetas. «Un arsenal...¡todos los hermanos eran cazadores, por eso había escopetas!».

Después de pasar por los calabozos de O Grove y Vilagarcía, sobrino y tío fueron trasladados a la prisión provincial de Pontevedra el 16 de noviembre de 1936 para ser sentenciados -el juicio fue una farsa-. «Mis tíos tuvieron suerte: no los mataron», narra Cándido. Y suerte tuvo también otro hombre juzgado con ellos, Miguel Mandiás. Como los Jacobos, fue condenado a reclusión perpetua. A los otros implicados en la requisa de las armas la vida se la arrancaron. El médico Ángel Cadavid, el sindicalista José Prol y el delegado del Gobernador, Manuel Puente, fueron condenados a muerte. Eran «elementos peligrosísimos».

Es difícil saber por qué salvaron la vida los dos Jacobos. Quizás porque uno de los hermanos de Jacobito se había presentado voluntario a las filas nacionales «para que pesara en el juicio». Era José, el padre de Cándido. Fue a la guerra y volvió, pero también acabó pagando sus simpatías por la República: allá por los cincuenta pasó un año en prisión por dar un donativo para los huérfanos republicanos y por guardar una pistola en casa. Para entonces, Jacobito y Don Jacobo ya estaban libres. Tras ser arrastrados por penales como San Simón, Figueirido o Pamplona, en 1940 pudieron volver a casa. Aquel día hubo una gran fiesta en Lordelo.

Y luego la vida siguió. La de Don Jacobo en O Grove, donde murió a principios de los sesenta. «Ibas con él por la calle y notabas el cariño que le tenía todo el mundo», cuenta Cándido Barral. «Una vez le quisieron hacer un homenaje pero lo prohibieron. Así que la gente lo que hizo fue regalarle un televisor».

A Jacobito el destino se lo llevó a la provincia de Coruña. Se casó, ya mayor. «Quería ir a París con Carmiña, pero tengo un problema con el pasaporte», le confesó una vez a su sobrino. El problema eran sus antecedentes.

Don Jacobo y Jacobito murieron sin hijos. Pero, el recuerdo de ambos pervive en la familia. «Mi hermano se llama Jacobo. Y mi hijo mayor. Y mi primer nieto». El nombre está cargado de orgullo y de recuerdos. «Mis tíos eran personas de orden, no de puño en alto, de bombas y de pistolas», recuerda Cándido. Y parece sonreir cuando dice que su otro tío «Paco, era más echado para adelante, y cada vez que veía a un fascista le plantaba cara... Tuvo suerte de que no lo mataran».

1 comentario:

Desde mi Atalaya dijo...

Hola, mi nombre es Ignacio Lens y tu tio Jacobo Barral estuvo casado con una prima de mi padre, yo recuerdo ir a su casa en vigo. veras, estoy haciendo un libro de familia y necesitaba saber la fecha de naciemiento, el lugar ( creo que fue en el Grove) y la fecha de fallecimiento.